jueves, 5 de marzo de 2009

Tì, tì-mido bésame...

José viene de lejos, de Toluca, para ser exactos, pero puede llamarse Juan, Pedro o Zacarías y venir de Neza, de Iztapalapa o Satélite. Y pasaría desapercibido si no fuera por un pequeño detalle: es tímido, y eso en lugares y eventos como éste, la Expo Sexo y Entretenimiento, se paga casi con la vida o el prestigio o reputación.

Y más si se viene acompañado de amigos cuyo principal objetivo es “pasarla bien”. Cosa nada fácil para Pepe, quien hizo el viaje desde la ciudad del chorizo verde para “darse un taco de ojo, y otra cosita, digo si se puede ¿verdad?”, dice mientras soba su cámara fotográfica como si de una lámpara maravillosa se tratara.

Hay una constante en este evento, que ayer celebró su primer día. Conforme la tarde se hacía vieja, la gente llenaba los espacios vacíos de los más de 20 mil metros de erotismo puro, en el Palacio de los Deportes.

Y Ellos, los muchachos serios, opacados, grises, sudan y tragan saliva cada que pasan cerca de algún cuerpo de redondeces martirizantes; miran de reojo y de pronto sin que ellos mismos se den cuenta cambian su expresión. Tienen un gesto peculiar, ganas, calentura, tristeza, alegría contenida, fervor, frustración, desaliento, esperanza.

Y se juntan y se alejan del grupo, como si fueran apestados; soportan las bromas de sus “cuates”. Se acercan como lobos desterrados. Como maleantes merodean a su posible “víctima”, pero como un ladronzuelo imberbe, se arrepienten y reculan.

No son mezquinos, no, sólo son unos miserables de espíritu, despojados del arma del vencedor, la valentía.

Por eso padecen el escarnio de quienes por el contrario, se desinhiben y marchan felices por su foto, por el autógrafo, por la gloria de un beso, o de agarrar una teta o una nalga. La foto desde lejos es su mayor tesoro.

Los tímidos se contentan con ver, su miedo los paraliza, incluso cuando una muchacha de curvas contundentes les pide que se acerquen, que las toquen. Muerden el reboso, recogen sus enaguas, su culito en brazos, y se marchan con la cola entre las patas.

Otro muchacho se esconde detrás de su cámara de video, prefiere, quizás, ver todo a través del tamiz de la pantalla. O ese otro que aprieta el obturador de su celular, y repite la toma mil veces porque le tiembla el dedo, la mano, el corazón o simplemente porque quiere atascarse ahora que regalan el lodo. Sí, este año no se cobran casi todas las fotos.

Y siente que va a morir, por eso le falta tiempo, y asegura que volverá mañana y pasado, y así hasta que termine la expo. “Falta tiempo, y memoria en el aparato”. Y se va a su casa cuando la noche nace, con una expresión en el rostro difícil de descifrar.

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