miércoles, 9 de mayo de 2012

EL COSTO DE LA CARCEL



La oscuridad es tan densa que no se ve nada. Sólo murmullos que tienen el efecto de un zumbido, esta noche será más larga que de costumbre. Pedro lo sabe, no debe dormir, tiene asuntos que atender. Son las tres de la mañana, se levanta y con él otras sombras le acompañan, salen al pasillo y dirigen sus pasos hacia otra celda, nadie habla, todos saben qué hacer.

Es como un grupo de ninjas, silenciosos, certeros, despiadados. Por allí algún radio suena, la letra de un corrido de los Tigres del Norte apenas se escucha, alguien mira televisión, se nota por la luz que sale detrás de una reja.

El Nuevo está en un rincón de su maloliente cuchitril, no puede dormir, tiene varios días que le pidió a sus “visitas” —familiares que lo visitan de vez en cuando desde que cayó preso— un poco de dinero, para pagarse un poco de seguridad. Se abren los barrotes y el corazón le da un vuelco cuando siente que varios fardos se abalanzan sobre él. Intenta gritar pero es inútil; una mano lo amaga, el brillo filoso le sume un punto en el cachete.

Suda, abre los ojos, los cierra, escucha una voz apelmazada que le espeta un aliento caliente, huele a marihuana: “Ya te chingaste cabrón, te lo dije, pero no me hiciste caso”. De inmediato se oyen forcejeos, pero sólo duran unos instantes, golpes secos, luego a lo lejos los Tigres del Norte se despiden. El Nuevo no sabrá nada más… su suerte ha sido echada.

***

Pedro acaba de salir de prisión, fue sentenciado a cinco años de cárcel, pero pagó antes porque en el penal donde estaba se “paga al tres por uno”, esto es, por cada día de confinamiento son tres de pena.

Uno de los beneficios de “portarse bien”, de “llevársela tranquila”, “de estudiar”, de “haber cometido delito sin violencia”. Llegó por robo de vehículo, le cayeron por una mala pasada del destino. “Tuve un mal día, me empedé, me crucé y me apendejé”, dice y agrega que de no haber sido así seguro estaría ensanchando las estadísticas del robo de autos.

Él y su carnal son de los que “mueven al personal” dentro del presidio, ellos deciden quién es ingresado en cual dormitorio; quién va “al pueblo”, es decir con el resto de los internos, quién puede estar en celdas que ellos mismos —él su brother— designan previa transacción.

Su rostro se ha endurecido con el paso del tiempo, a sus 35 años parece envejecido 10 más. Los ojos de un rojo indiluible, rapado, más allá de sus arrugas, su rostro sólo muestra abotagamiento por alcohol y la tragadera que dice es su fiel compañera desde que hicieron efectiva su libertad.

Acaba de meterse unos chochos con una caguama. Al hablar conmigo arrastra en algunas frases su lengua que luego de un rato se vuelve de trapo; sin embargo su mente se mantiene lúcida hasta el final de su relato.

En las muñecas lleva consigo desde hace muchos años varios escapularios: en la derecha trae a la Santa Muerte, su Santa Patrona, que lo cuida en todo momento y en la izquierda a San Judas Tadeo quién cuida a los suyos. Cada que habla de muerte o de pérdidas besa su diestra y cada que menciona a su familia o amigos lleva a la boca su siniestra.

Fortachón, de cuerpo compacto, cabeza poderosa y brazos fraguados con pesas; el vientre se curvó hace uno kilos, la mugre que trae, dice, es pasajera; se irá “cuando haga una chida”. Y pronto lo hará... robará. Planea, dice, hacerse de un camión repartidor de tienditas, dulces Sonric’s, pan Bimbo o de chescos (sodas). “Esa (operación) ya me la sé”.

“Primero dejo que llegue, luego que entre a la tienda el repartidor y haga su chamba, entonces atoro al cabrón cuando sube al vehículo; lo agacho, le hablo al tiro, lo pateo y lo amenazo con una punta (cuchillo hecho de manera artesanal). Le digo: mira hijo de tu pinche madre, no me gusta mancharme, el pedo no es contigo es con la empresa, o qué ¿te van a pagar por defender esta merca? ¿No verdad?, entonces usted chitón que si te va bien lo dejo vivir”.

Sin importarle su aspecto —no llevará uniforme y eso podría delatarlo— Pedro encenderá el vehículo y lo “paseará” por las calles del barrio que ya conoce desde pequeño. Todo lo ha estudiado de manera concienzuda durante algunos días.

Buscará algunos cómplices. “Mira en todos lados hay güeyes que se la rifan nomás por un poco de perico (coca), piedra, o dinero”. Arriesgarlo todo por tan poco no parece tan buen negocio pero en México es de todos sabido que la impunidad le permite a la delincuencia muchas licencias.

Pedro también ha participado en robo a tráiler; un rubro cuyas ganancias le dejan entre 20 y 30 mil pesos por golpe; eso depende de la mercancía que hurte. Trabaja en varaderos, gasolinerías o zonas de baja circulación. Ubica a su víctima por la marca o los rótulos de la empresa. No trabaja solo; no puede ni debe, no sabe manejar trailer.

“Para eso contrato a un trailero o alguien que sepa manejar trackto, le pago bien, hasta 5 mil varos (374 USD); ya tengo quién; le hablo al chile: ‘Se trata de llevar un camión a tal lugar. No va a haber ningún pedo, si lo hay te desafanas diciendo la verdad te contraté por ese ratito’.

“Paramos el camión, echamos al chofer en la cabina, no, tampoco lo madreo mucho, no me gusta pasarme de lanza, total ellos ni culpa tienen; allí si llevamos metras, armas largas, es otro boleto. Mi chofer se encarga de llevarnos, embodegamos la merca en varios sitios (en los límites del DF y el Estado de México): Tecamac, San Felipe de Jesús, Nueva Atzacoalco, Ecatepec”.

Al chofer lo tiramos en los límites del DF y el Estado, antes de cruzar la línea. Mira, cuando ya paso esa línea siento cómo me baja la adrenalina, hasta el pasón se me baja. Es que siento que una vez que atravieso la línea ya la hice, como el robo lo hice en un lugar distinto al que me puedan atorar no pueden hacerme nada, o bueno casi nada, ¿verdad? Porque de que hice algo, lo hice”.

Si trabaja en el Estado de México guarda en el DF y si lo hace en un municipio conurbado viceversa. La mejor zona para chambear, revela Pedro, es el norte de la ciudad, en la zona de Vallejo, Azcapotzalco, Gustavo A. Madero, en el DF, y Santa Clara, San Pedro, R-1, la carretera libre a Pachuca, a Querétaro, fuera de esta entidad.

Sabe que por ese lado de la ciudad llegan muchos aparatos electrodomésticos y muebles. Se mueven rápido, las bodegas ya esperan la mercancía, de otros que como él ya saben a dónde tienen que arribar. Allí termina su labor, después las cuestiones de almacenamiento, venta y distribución le toca a otra parte de la organización...

***

Unas siluetas arrastran un cuerpo desmadejado, escurriente y oliente a whyskie. Lo bañan con ese líquido que huele a alcohol barato para despistar, asegura. “A este puto si que le gusta lo bueno eh?”, bromea una voz y unas risotadas expulsadas entre tenebras; las carcajadas contenidas se mezclan con el sonido del fardo que talla el piso.

“Yo y mi carnal decidimos quién hace qué cosa dentro del penal, las labores como la fajina (hacer la limpieza de los baños) las tienen que hacer los nuevos; mira no podemos hacernos pendejos, así es en todos lados, esos cabrones o pagan o se chingan, no hay de otra”. Es una labor dura.

En varias ocasiones Pedro va a supervisar personalmente que se cumpla el cometido. “La mierda la tienen que sacar con las manos, tienen que limpiar bien, y si se ponen roñosos los hacemos que usen la lengua”, el muchacho sonríe entre divertido y autorizado.

“Mira muchos prefieren pagar a tener que hacer la fajina porque ya saben de qué se trata. Unos creen que es fácil pero porque no conocen. El que se fleta por primera vez lo deja luego, luego”… y pagan.

Miguel G. Galicia
Publicado en Milenio Diario (sin fecha exacta)

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