miércoles, 23 de mayo de 2012

Carlos Cazalis: El poder de la foto radica en “el otro”, en mi caso, de alguna insatisfacción




Carlos Cazalis es fotógrafo, mexicano pero del mundo. Ha viajado por muchos sitios. Brasil, Argentina, Costa Rica y Estados Unidos, cuenta sin pretensiones. "No tengo casa desde hace cinco años". Ha retratado la pobreza humana, los sintecho, los desposeídos, de las favelas en Brasil, a barrios pobres en Japón (en ¿¡Japón!?, sí, ahí descubrió uno). Todos ellos resultados de un sistema económico agotado. Su mayor inquietud es imprimir en la consciencia colectiva a los hijos bastardos del capitalismo; desheredados para quienes la palabra crisis económica tiene un significado diferente al del resto del orbe, desde hace mucho.

Él capta al ser humano aislado, deshumanizado, pero quizás, comparte desde su perspectiva, "el más libre", pues no tiene nada que lo ate, y puede ir a donde quiera. El fotoperiodista, tiene el acento del que no es ni de aquí, ni de allá; de huesos largos y barba de varios días, obtuvo uno de los premios más importantes del mundo en su especialidad: el World Press Photo 2009, en la categoría de Historias contemporáneas; por eso y porque no ha parado de recabar historias desde entonces e incluso desde antes, esta charla con él, en el marco de aquella premiación.

En la actualidad, el poderío de la fotografía halla eco en el "otro", en eso que cataliza en el observador, comenta, pues no basta capturar el momento preciso. "Yo creo que el poder de la foto radica en el público, porque yo puedo salir y hacer una foto extraordinariamente guapa, bella, contundente, importante, pero si el público no aprende a mirar, si el público no aprende a contemplar, y a tener paciencia a lo que está viendo, no sirve para nada, porque son ellos (los observadores) los que finalmente reciben la información y los que tienen que saber cómo procesarla y si hacer algo o no con ella".







Sentados en una banca del jardín del Museo Franz Mayer, en la Ciudad de México, donde la paz huele a cigarro de tabaco oscuro y clorofila, el joven nacido en 1968 en tierra azteca, revela un poco de su motivación al obturar. "En mi caso, el poder de mi foto creo que proviene de alguna insatisfacción, de alguna incongruencia, de alguna sicología molesta o conturbada, que me lleva a meterme en sitios en los que no debería estar, pero que hay que saber o hay que ver para que la gente no se olvide... Más bien eso es lo importante, que la gente no se olvide".

Esa relación entre el arte fotográfico y la manera en que el público lo interpreta, genera arte, le digo, a lo que él responde: "Eso es como el torero, porque el torero sale y da capotazos, pero si los capotazos no inspiran y el toro tampoco tiene nobleza, o clase, no pasa mucho; pero cuando sale alguien con un toro que es manso, y se empeña, y se esfuerza, y da un solo capotazo, que arranca un ole... entonces esa comunicación, como dices tú, el ole entra por la boca, llega al estomago y llega a las tripas, se expande por el cuerpo; y ahí empieza a suceder algo; y eso es lo que causa vida. Hubo muerte, no había nada, de repente sucede algo; dado que a partir de ese momento puede suscitarse cualquier cosa".

El fenómeno humano de observar nada tiene que ver con el origen étnico, es más, considera que "no lo puedes definir por una nacionalidad. Creo que el mundo ha dejado de observarse a sí mismo mucho, y cree que se observa muchísimo porque ve televisión. Ve TV y piensa que sabe todo lo que está pasando; lee una revista y piensa que ya lo sabe; pero la realidad la ve sobre papel o sobre la tela, o sobre… no lo sé. Creo que deja de mirar. Y por eso estas fotos de los indigentes…"



La placa que le dio el WPP2009, impacta. Pero cuando cuenta cómo la realizó estremece. No es una placa aislada, pues "para empezar son 12 clicks, porque es una serie de 12 fotos; sólo que una de ellas, fue la última que se hizo en la secuencia, irónicamente. Era un recorrido por el Centro de San Pablo, Brasil, con un amigo, buscando crimen. Él cubre la noche para La Folha de Sao Paulo, buscando lo mismo, pero de repente no pasaba nada y empecé a seguir mi trabajo de indigencia. Estábamos manejando con el coche y de repente vi, y dije ¿qué? Pedí frena, frena. Miramos por el parabrisas y dije ¡qué es eso güey! Era una bola blanca; vamos a ver qué es… ¡ah caray!, ¡es un ser humano!; entonces dices qué pedo, porque como está envuelto como una momia; no es que esté con una sábana, y hasta en una postura que es totalmente incongruente a todas las veces que ves a la gente acostada.

"Está sobre un material de estirofón, con un portafolios atrás, está frente a un jockey club de prestigio, con una columna de mármol. Me voy acercando y veo que tiene un agujero en la (altura de la) cabeza; entonces digo, ¿ah caray me está viendo?, o será que es alguien escondido, es un empresario secuestrado; es un empresario que se fue a dormir temprano para llegar primero a la oficina, ¿qué carajos es? Eso (la imagen) representaba la cúspide del proyecto porque era lo que quería decir; es un objeto más de la ciudad; es una cosa más en la ciudad, no es un ser humano, ya es un objeto.




Acaso ese momento congelado por su cámara describe la cúspide de la deshumanización; el hombre vive apretado y ante ese apretujamiento decide marcharse y aislarse, atajo, a lo que Cazalis, siempre atento a la charla, refuta: "No sé si es el lugar o la manera como viven (...) Se pierde el respeto de comunidad. Vivimos y no vivimos; vivimos en un proteccionismo, especialmente si vengo de una clase baja; porque tengo mucho más que perder; porque está el tipo que vive en una casa enorme, vacía espiritualmente, con sus hijos, no hay humanidad en la casa, son sólo objetos(...) El sentido que le damos a las cosas a los objetos, a la ropa que me pongo, nos deshumaniza, y nos pone una etiqueta: (unos dicen) pues yo soy un Armani, por eso soy importante, pero el güey que se pone los Adidas chafas que se compró en Tepito, no tiene el mismo ¿valor?

“Entonces la ciudad nos causa eso, la ciudad nos lleva a eso, porque nos mete en una situación capitalista, de competencia, de falta de tiempo comunitario; porque me subo al pesero con otras 50 personas sudando, de mal humor; me tardo tres horas en llegar al trabajo, y en esta ciudad tenga coche o vaya en autobús es lo mismo, ya llego estresado, llego cansado de la vida. ¿Y la ciudad qué me da?, nada. Dónde encuentras un parque, aquí no hay ni pasto, a dónde voy a un sitio que me haga sentir, al tocar una planta y distanciarme de mí mismo y acercarme a la tierra, a donde pertenezco, a lo natural".







Desde que iniciara su proyecto Ocupando Sao Paulo —de 2005 a 2009— en el cual se dedicó a atrapar imágenes de más de 468 familias hacinadas en edificios abandonados en la capital brasileña, supo que su ojo podía mirar más allá de lo evidente. "Cada ciudad es diferente. Al principio quería hacer todas las grandes ciudades del mundo, y luego terminé estudiando otras cosas, que fue por ejemplo lo que empecé a hacer de trabajo en Osaka, en un barrio de Kamagazaki, que es tan marginal como lo que era una favela antiguamente. Y quedó marginado como una parte de la ciudad para albañiles, y que ahora se reduce a hombres sin trabajo de los 50 años para arriba; indigentes, marginalizados por sus familias, porque perdieron el empleo, porque se divorciaron o porque no supieron simplemente… no sé, alguna… les falló algo en su humanidad".


De igual modo, ha fotografiado lugares como El Cairo, Ciudad de México, Osaka y Teherán. "Porque Teherán no solamente está en el foco de la atención hoy en el mundo; donde la gente se siente reprimida, observada, sin mucha libertad; en otras ciudades se va a Teherán a ser nadie, a perderse y a tener un poco más de libertad en una situación donde ya la libertad está muy controlada. Y eso causa una sicología donde la gente no sabe cómo actuar. Y precisamente estoy en una ciudad llena de gente —la mayoría del país tiene menos de 35 años— y no puedo ir y acercarme a una mujer y tener una relación social pública; la tengo que hacer dentro de las casas; eso limita la sicología de interacción del humano".




¿Qué has aprendido?, ¿ha tocado tu ser esta experiencia de vida?, ¿dónde vives?, ¿tienes casa? "No, no tengo casa hace cinco años, he tenido algunas casas pero ninguna me ha durado por más de seis meses. Ese es un problema personal y una elección que hice para poder sacar mi carrera adelante.

—De alguna manera es un punto coincidente con lo que haces...
—No, no es coincidencia, yo creo que realmente uno fotografía lo que es; entonces me puse a fotografiar el problema del hábitat en San Pablo por mi propia falta de casa, la cosa es que lo escribí después; pero luego me motivó a seguir haciéndolo, y ahora lo que trato de hacer con mi foto, además de hacer los temas que me gustan, es fotografiar mi propia experiencia de vida; en ese espacio y para eso tengo dos compromisos: Uno es no solamente poner mi percepción, mi opinión, sino entender también qué es lo que está pasando ahí, convivir y ser parte de ello, porque ya no puedo negar que cuando levanto la cámara profesional, mi fotografía reacciona y tiene una sicología por detrás, a menos que esté durmiendo.
Siempre es curioso poder observar, pero cuando observas alguien dormido lo puedes observas por horas.

—¿Te cambia?
—Te cambia todos los días.

—¿Y ganar el Word Press Photo?... son 65 mil personas las que mandaron fotos.
—Sí pero vamos a ver. Yo vengo fotografiando una situación global, de un problema de hábitat, que obviamente tiene fundaciones económicas, entonces yo gano el premio porque estoy hablando del hábitat, y porque estoy hablando de una crisis económica, y de una situación social internacional, que se viene agravando, que es la pobreza. Gano dentro de una lotería, porque supe estar en contacto con mi realidad; de acuerdo, pero que hay fotógrafos que no ganaron ese premio y tienen mucho más talento que yo, sin duda hay.





Los trabajos ganadores del WPP2009 tienen un común denominador: el desplome del capitalismo, hago hincapié. "Eso es creo, lo más responsable que tenemos que hacer; pero también es lo que los jueces determinan; por eso un premio le da a esta foto este valor y otro premio no; igual esta foto pudo haber ganado una mención honorífica en un premio muy importante. Es la valoración, pero al final lo importante es que la foto sale, y que se sepa; porque lo que la fundación hace no es nada más darte el premio, la fundación lleva la exposición a varios puntos del mundo y eso es lo que ayuda a que la información llegue a donde no pudo llegar por un medio de comunicación sólo".

La fuente frente a nosotros sigue escupiendo pequeños borbotones acuosos. La noche aún en pañales, llega con sus aires nuevos. Nos despedimos, y ahí está él, Carlos Cazalis, fotógrafo reconocido, viajero irredento, con su carga emotiva detrás de su lente, y ese ojo avizor, dispuesto a regalarle “al otro” (nosotros, los observadores) instantes cuya crudeza remueven algo en la entraña, para provocarle un ole. Mujeres, niños, hombres desamparados; muertos y vivos, dormidos y alertas, en ciudades perdidas; moles inmensas con piel de hormigón y alma de varillas, fría como las miradas de quienes desafían su cámara con sus ojos infinitos o sus presencias libres pero desahuciadas.








FOTOS: colectivococinarte.blogspot.com, http://peeepl.com/people/carlos-cazalis/ CENTRO DE LA IMAGEN/ http://elblogdeldolape.blogspot.com/

miércoles, 9 de mayo de 2012

EL COSTO DE LA CARCEL



La oscuridad es tan densa que no se ve nada. Sólo murmullos que tienen el efecto de un zumbido, esta noche será más larga que de costumbre. Pedro lo sabe, no debe dormir, tiene asuntos que atender. Son las tres de la mañana, se levanta y con él otras sombras le acompañan, salen al pasillo y dirigen sus pasos hacia otra celda, nadie habla, todos saben qué hacer.

Es como un grupo de ninjas, silenciosos, certeros, despiadados. Por allí algún radio suena, la letra de un corrido de los Tigres del Norte apenas se escucha, alguien mira televisión, se nota por la luz que sale detrás de una reja.

El Nuevo está en un rincón de su maloliente cuchitril, no puede dormir, tiene varios días que le pidió a sus “visitas” —familiares que lo visitan de vez en cuando desde que cayó preso— un poco de dinero, para pagarse un poco de seguridad. Se abren los barrotes y el corazón le da un vuelco cuando siente que varios fardos se abalanzan sobre él. Intenta gritar pero es inútil; una mano lo amaga, el brillo filoso le sume un punto en el cachete.

Suda, abre los ojos, los cierra, escucha una voz apelmazada que le espeta un aliento caliente, huele a marihuana: “Ya te chingaste cabrón, te lo dije, pero no me hiciste caso”. De inmediato se oyen forcejeos, pero sólo duran unos instantes, golpes secos, luego a lo lejos los Tigres del Norte se despiden. El Nuevo no sabrá nada más… su suerte ha sido echada.

***

Pedro acaba de salir de prisión, fue sentenciado a cinco años de cárcel, pero pagó antes porque en el penal donde estaba se “paga al tres por uno”, esto es, por cada día de confinamiento son tres de pena.

Uno de los beneficios de “portarse bien”, de “llevársela tranquila”, “de estudiar”, de “haber cometido delito sin violencia”. Llegó por robo de vehículo, le cayeron por una mala pasada del destino. “Tuve un mal día, me empedé, me crucé y me apendejé”, dice y agrega que de no haber sido así seguro estaría ensanchando las estadísticas del robo de autos.

Él y su carnal son de los que “mueven al personal” dentro del presidio, ellos deciden quién es ingresado en cual dormitorio; quién va “al pueblo”, es decir con el resto de los internos, quién puede estar en celdas que ellos mismos —él su brother— designan previa transacción.

Su rostro se ha endurecido con el paso del tiempo, a sus 35 años parece envejecido 10 más. Los ojos de un rojo indiluible, rapado, más allá de sus arrugas, su rostro sólo muestra abotagamiento por alcohol y la tragadera que dice es su fiel compañera desde que hicieron efectiva su libertad.

Acaba de meterse unos chochos con una caguama. Al hablar conmigo arrastra en algunas frases su lengua que luego de un rato se vuelve de trapo; sin embargo su mente se mantiene lúcida hasta el final de su relato.

En las muñecas lleva consigo desde hace muchos años varios escapularios: en la derecha trae a la Santa Muerte, su Santa Patrona, que lo cuida en todo momento y en la izquierda a San Judas Tadeo quién cuida a los suyos. Cada que habla de muerte o de pérdidas besa su diestra y cada que menciona a su familia o amigos lleva a la boca su siniestra.

Fortachón, de cuerpo compacto, cabeza poderosa y brazos fraguados con pesas; el vientre se curvó hace uno kilos, la mugre que trae, dice, es pasajera; se irá “cuando haga una chida”. Y pronto lo hará... robará. Planea, dice, hacerse de un camión repartidor de tienditas, dulces Sonric’s, pan Bimbo o de chescos (sodas). “Esa (operación) ya me la sé”.

“Primero dejo que llegue, luego que entre a la tienda el repartidor y haga su chamba, entonces atoro al cabrón cuando sube al vehículo; lo agacho, le hablo al tiro, lo pateo y lo amenazo con una punta (cuchillo hecho de manera artesanal). Le digo: mira hijo de tu pinche madre, no me gusta mancharme, el pedo no es contigo es con la empresa, o qué ¿te van a pagar por defender esta merca? ¿No verdad?, entonces usted chitón que si te va bien lo dejo vivir”.

Sin importarle su aspecto —no llevará uniforme y eso podría delatarlo— Pedro encenderá el vehículo y lo “paseará” por las calles del barrio que ya conoce desde pequeño. Todo lo ha estudiado de manera concienzuda durante algunos días.

Buscará algunos cómplices. “Mira en todos lados hay güeyes que se la rifan nomás por un poco de perico (coca), piedra, o dinero”. Arriesgarlo todo por tan poco no parece tan buen negocio pero en México es de todos sabido que la impunidad le permite a la delincuencia muchas licencias.

Pedro también ha participado en robo a tráiler; un rubro cuyas ganancias le dejan entre 20 y 30 mil pesos por golpe; eso depende de la mercancía que hurte. Trabaja en varaderos, gasolinerías o zonas de baja circulación. Ubica a su víctima por la marca o los rótulos de la empresa. No trabaja solo; no puede ni debe, no sabe manejar trailer.

“Para eso contrato a un trailero o alguien que sepa manejar trackto, le pago bien, hasta 5 mil varos (374 USD); ya tengo quién; le hablo al chile: ‘Se trata de llevar un camión a tal lugar. No va a haber ningún pedo, si lo hay te desafanas diciendo la verdad te contraté por ese ratito’.

“Paramos el camión, echamos al chofer en la cabina, no, tampoco lo madreo mucho, no me gusta pasarme de lanza, total ellos ni culpa tienen; allí si llevamos metras, armas largas, es otro boleto. Mi chofer se encarga de llevarnos, embodegamos la merca en varios sitios (en los límites del DF y el Estado de México): Tecamac, San Felipe de Jesús, Nueva Atzacoalco, Ecatepec”.

Al chofer lo tiramos en los límites del DF y el Estado, antes de cruzar la línea. Mira, cuando ya paso esa línea siento cómo me baja la adrenalina, hasta el pasón se me baja. Es que siento que una vez que atravieso la línea ya la hice, como el robo lo hice en un lugar distinto al que me puedan atorar no pueden hacerme nada, o bueno casi nada, ¿verdad? Porque de que hice algo, lo hice”.

Si trabaja en el Estado de México guarda en el DF y si lo hace en un municipio conurbado viceversa. La mejor zona para chambear, revela Pedro, es el norte de la ciudad, en la zona de Vallejo, Azcapotzalco, Gustavo A. Madero, en el DF, y Santa Clara, San Pedro, R-1, la carretera libre a Pachuca, a Querétaro, fuera de esta entidad.

Sabe que por ese lado de la ciudad llegan muchos aparatos electrodomésticos y muebles. Se mueven rápido, las bodegas ya esperan la mercancía, de otros que como él ya saben a dónde tienen que arribar. Allí termina su labor, después las cuestiones de almacenamiento, venta y distribución le toca a otra parte de la organización...

***

Unas siluetas arrastran un cuerpo desmadejado, escurriente y oliente a whyskie. Lo bañan con ese líquido que huele a alcohol barato para despistar, asegura. “A este puto si que le gusta lo bueno eh?”, bromea una voz y unas risotadas expulsadas entre tenebras; las carcajadas contenidas se mezclan con el sonido del fardo que talla el piso.

“Yo y mi carnal decidimos quién hace qué cosa dentro del penal, las labores como la fajina (hacer la limpieza de los baños) las tienen que hacer los nuevos; mira no podemos hacernos pendejos, así es en todos lados, esos cabrones o pagan o se chingan, no hay de otra”. Es una labor dura.

En varias ocasiones Pedro va a supervisar personalmente que se cumpla el cometido. “La mierda la tienen que sacar con las manos, tienen que limpiar bien, y si se ponen roñosos los hacemos que usen la lengua”, el muchacho sonríe entre divertido y autorizado.

“Mira muchos prefieren pagar a tener que hacer la fajina porque ya saben de qué se trata. Unos creen que es fácil pero porque no conocen. El que se fleta por primera vez lo deja luego, luego”… y pagan.

Miguel G. Galicia
Publicado en Milenio Diario (sin fecha exacta)

jueves, 3 de mayo de 2012

PEDIGÜEÑOS URBANOS

POR MIGUEL G. GALICIA

Jesús viste desarrapado, camisa a cuadros, pantalón roído, zapatos que ya vieron pasar sus mejores épocas, cabello relamido por la mugre; tiene como siete años y una mirada dura para su edad pero chispeante, pinta sus tristezas con un poco de maquillaje mal puesto en el rostro. Juan, su compañero, sería su espejo salvo por la edad, éste es más grande aunque, creo, no llega a los diez. A su corta edad ambos ya saben lo que es ganarse la vida.

En el último asiento del microbús (transporte colectivo) cuentan decenas de monedas; despreocupados ignoran las miradas curiosas de los pasajeros que van subiendo al vehículo aún vacío; las hay de todos tamaños, separan los botones metálicos por color: de a diez, de veinte centavos, tostones, pesos, de a cinco y dos de a diez pesos, sonríen mientras sus ojos se iluminan con el tintineo.

Martín Carrera es un paradero no muy grande. Es la Terminal del metropolitano de la línea cuatro en la Ciudad de México, recorre de ese punto hasta Santa Anita. Las rutas que salen de allí llevan principalmente hacia barrios populosos como San Pedro, Santa Clara, Cerro Gordo, Vía Morelos, Puente Negro. Colonias que un día fueron pueblos y que hoy forman parte del gran monstruo que es la Ciudad Capital del país.

Jesús y Juan salen todos los días de su casa para ganarse el pan de cada día desde temprano. La escuela la dejaron hace tiempo. No importa si llueve, hace frío o calor, ellos están allí listos para divertir.

Empezaron, dicen, vendiendo chicles en los camiones, pidiendo limosna en los vagones del metro; sin embargo ahora se han dado cuenta de que con un poco de imaginación pueden “trabajar” y ganarse una lana.

Después de que sale el micro, se levantan los dos y empieza el espectáculo. Allí está Jesús, con su gesto alegre, entona una canción que intenta ser chistosa, Juan lo interrumpe e increpa: “Qué feo canta usted mi amigo, újule no me diga que usted canta mejor. Sí, si le digo fíjese, a ver, ahí le voy. No pus si canta peor que yo. No’mbre, ¿verdad que canto mejor qu’él joven?, pero péleme joven que se siente refeo que no le hagan a uno caso, ire nomás dígame ¿quién canta mejor él o yo?, no me quiere contestar, bueno ni modo...”

La personalidad los cambia, la actitud es distinta, ahora sus desnutridas figuras parecen crecer, sus voces son ahora chillonas, imitan a los payasos de una fiesta de cumpleaños que nunca han tenido, las manos también actúan, sus gestos son exagerados, arrugan la frente, levantan las cejas, paran la trompa. Se nota que lo disfrutan pero le ponen filin.

“Oiga señor, ¿usted trabaja o lo mantienen?”, me dice mientras busca mi aprobación con la mano que le queda libre, afirmo con la cabeza, “¿Újule que tristeza, que mala suerte, a mi me mantienen... pero trabajando”, la risotada de Juan lo interrumpe del otro lado del bus.

Una señora alista una moneda, Juan se da cuenta de ello y se acerca a ella, entonces la invita a participar: “Señora, verdad que cuando su marido llega después de tres días a la casa, usted en vez de reclamarle dónde andaba, mejor le dice: hola viejito, qué milagro, ¿cómo está la otra?, salúdamela mucho, ¿vienes cansado?, ¿ya almorzastes?, ¿cuándo la traes a la casa pa’que nos tomemos un cafecito?”.

Cada palabra está bien medida, se nota que han aprendido bien su papel. Los dos chamacos se toman cinco minutos, para entonces ya compartieron sus malos chistes, fueron ignorados por algunos, y se ganaron al escaso público, el cual más por ternura que por solidaridad desenvaina unas monedas y las deposita en sus manos.

Agradece a todos y rematan su sketch tantas veces repetido: “Como pueden darse cuenta ni mi compañero ni yo no somos unos grandes payasos ni mucho menos, pero esperamos que el chow haya sido de su agrado, si alguno de ustedes quiere cooperar con nosotros con una moneda que no afecte su economía se los vamos a agradecer”.

Después de tomar el dinero se sientan otra vez y cuentan lo ganado, lo reparten ahora con voces susurrantes. Jesús y Juan saben que trabajan a ratos pero que es suficiente para ganarse de cien a ciento cincuenta pesos al día. Nada mal para estos chamaquitos.

Sus madres saben a qué se dedican, la de Jesús es mesera de una fonda y la de Juan lava ropa ajena, tienen más hermanos, el primero es el mayor de tres hijos, el segundo es el de en medio. Sus palabras ya en corto los delatan como todos unos profesionales con responsabilidades que no debieran tener aún.

Su inocencia quedó atrás, no saben cuánto tiempo ha pasado desde que empezaron a chambear o no quieren decirlo; sin embargo todavía tienen sueños, el más chico quiere ser maestro, el otro mecánico para poder manejar carros. Sueños que pueden nunca llegar a ser; que arrastrados por su vida se difuminen como el humo de esta destartalada carcacha que los transporta hacia su barrio de origen del que nunca salen, salvo cuando trabajan.

Jesús y Juan se conocen desde hace mucho, son vecinos, cuates de andanzas, carnalitos pues, de esos que se forjan a través de la amistad, comparten muchas cosas, hambres, malpasadas, miedos, peligros, aventuras, y “el varo” ganado de payasos; eso, dicen mientras platico con ellos, “es lo más chido”, coinciden ambos con un abrazo fraternal.

Cinco semáforos después, bajan del micro sin decir adiós, gracias chofer, gritan en tanto saltan antes de que se detenga esta cafetera y uno de ellos cae, mas no hay problema, se levanta con su cuerpecito elástico y corre tras su compañero que —burlón se carcajea—, dando a la escena un ligero matiz de cinta de Luis Buñuel… Y allá van, ya se subieron a un camión que viene detrás del mío. Ni hablar el chow debe continuar.