lunes, 26 de marzo de 2012

Mamatohe Jazz Quartet en el Nido de Serpientes...



Mamatohe Jazz Quartet trepidante. Un viaje en carro de montaña rusa sobre rieles de pentagrama, así fue el concierto del grupo de Mamatohe Jazz Quartet en el Centro Cultural Mexiquense Bicentenario, recinto ubicado en Texcoco, Estado de México. Encuentro cuyos efectos aun al final de la velada, guarda una particularidad: dibuja con tinta indeleble sonrisas de patilla a patilla entre el público que se marcha gozoso y se pierde en la sobria noche.
Sobre las tablas de esta Sala de conciertos los músicos de origen checo, mexicano y argentino se multiplican de tal forma que por momentos, con un poco de imaginación, uno puede ver a muchos más arrancadores de sonidos sincopados de los que en realidad son.
Nadie se mira, nadie sostiene la mirada de nadie. Sobre el escenario cada tipo parece permanecer sólo y su alma, y su solo eterno, mas no es así, todos se comunican entre sí, para sí, para el otro; cada quien con sus historias personales, sus recuerdos, sus caminos andados, se juntan y acercan esas sendas para hacer con ellas un cruce de veredas la cuales llegan a un mismo punto: El Jazz.
Free Jazz que suena a experimento de científico orate. Cuatro científicos locos montan un laboratorio en donde sus instrumentos son los matraces, los tubos de ensayo, y crean nuevas fórmulas, in situ, de esto que hoy arrojan sobre los espectadores.
El cuarteto nacido en la República Checa hace un par de años, tunde maderas, cuerdas, metales, percusiones, y crean a partir del restañeo, golpeteo, acariciamiento o rasgamiento, animales informes de pieles iridiscentes, los cuales al tocar el aire provocan un haz de luz que todo lo ilumina.
No hacen falta palabras, ni miradas, cada uno hace lo que le corresponde, o para ser precisos toca lo que le toca. Lenguaje sincrónico en torre de Babel sónica; construida a gusto y semejanza de esta partida de jazzistas; edificio de diferentes niveles que rasca los cielos. En poco más de una hora de recital, a veces subimos con ellos por escalinatas; otras, por su parte frontal escalamos; las más, por elevador... total que nunca somos agua encharcada.
Tomáš Liška en el contrabajo (República Checa), Marcel Bárta, sax tenor y sax soprano (República Checa), Mark Aanderud, piano (México) y Hernan Hecht, batería (Argentina), son los habitantes de esta Babel; ciudad donde perdieron el habla de los humanos un día, y ahora la recuperan pero desde otro ángulo, el único posible con el que pueden restablecer la comunicación con ellos/nosotros: La Música.
Y en su afán por volver a hablar entre ellos, con estos que les vemos desde la butaquería, intentan crear nuevas lenguas de expresión.
Y aquí está esta sección sonora, nacida en un inicio en el crepitar melódico del piano, paneles de madera fina, cuerdas percutidas, golpeadas por el mexicano. Más allá unas cuerdas que aprisionan una caja de madera rojiza, con figura de súcubo y mango de árbol, de cuya punta crece follaje, y suelta pequeñas hojas de un rojo tardecino o mañanero —no logro decidirme—, que en forma de acordes sordos caen cuando las raspan con una crin de caballo.
El metal ofrece brincos melodiosos de saltamontes, y las batacas forman saltos de agua cristalina...
Y ya nace un río que nos refresca a los que hoy decidimos venir —y ser un poco más felices— y escuchar este correr de agua/música en la entrada al pueblo de Coatlinchán o Nido de Serpientes en lengua Náhuatl, aquí, donde un día hace muchísimos años ha, los hijos de los nobles precolombinos paseaban y se educaban en el Calmécac ubicado en las márgenes del Lago de Texcoco...
Todos acompañados —ellos en el pasado y nosotros en el presente— por un viento que sopla desde allá, desde la casa de Tláloc y que emula ese cuerno de fierro brillante que acaricia y besa un músico checo...

Miguel G. Galicia

Foto: Fernando Aceves

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