lunes, 12 de noviembre de 2018

Algo se murió en mí con la partida de Stan Lee


Crédito de foto: Stan Lee, founder of Marvel Entertainment Inc., poses next to a Spider-Man model in his office in Beverly Hills, California, U.S., in 2008. Jonathan Alcorn—Bloomberg/Getty Images / La imagen está tomada del site: http://time.com/4117869/stan-lee-spider-man-creation/

La primera vez que supe de Stan Lee fue por un primo que me enseñó el mundo del comic. Él, mi primo de nombre Valentín me llevaba unos años, crecimos juntos, hasta que las drogas lo separaron de mí y de los nuestros.


El primer ejemplo del trabajo creativo de ese portento de imaginero, lo tuve entre mis manos con un número del Asombroso Hombre Araña. Una vez que conocí la vida de Peter Parker, supe que la vida no sería la misma… miento, en realidad no lo supe hasta después, con la certeza de la que ahora puedo presumir.


Además de enriquecer mi mundo de fantasía, ¿ya dije que yo tenía unos seis años?, no importa, me permitía evadirme de la trágica vida que el espíritu boxeador de mi padre, nos daba a mi madre y, por ende, a nosotros, sus hijos.

Crédito de foto: tomada del site: http://mouse.latercera.com/mark-ruffalo-hulk-y-wolverine-crossover/

Los colores, los nombres, las aventuras, los diálogos, las historias, todo ello, en tinta y papel me condujeron a otros títulos —como Hulk, mi preferido porque es el más humano de sus creaciones, creo, el que más refleja la condición humana del ser y su lado obscuro, los X-Men, los 4 Fantásticos— y con ello a engrosar mi lista de puertas a las que podía escabullirme cada que quisiera o lo requiriera.


Valentín me enseñó en esa etapa que uno puede convertirse en el héroe que uno desee, y yo lo hacía pero además probaba nuevos superpoderes, con sólo alzar las manos, formar escudos de luces brillantes; capas que me hacían desaparecer —que en realidad eran sábanas o toallas anudadas al cuello—, con rodar como un tornillo humano, sin siquiera despeinarme; gritar hasta hacer llegar a unos planetas mi llamado de auxilio o anunciando mi llegada en un santiamén.


Por Stan Lee y mi primo Valentín aprendí que el mundo cabe en una viñeta, que el asombro más grande o el horror más pastoso duran lo mismo que una página. Que la realidad puede fragmentarse avanzar, acercarse, teletransportarse, alejarse de un cuadro a otro. Que no importa si no sabes leer letras, si aprendes a leer imágenes, lectura primigenia de los amantes de las historietas, como les llamaban en otro tiempo a esos ejemplares que hoy me aguardan, amarillentos, desgajados los más, rotos.

Por ellos, y gracias a ellos, supe que la felicidad huele a papel, los mundos posibles tienen sabor a esperanza de un mundo mejor, posible…


He leído que el creador de esas realidades murió a los 95 años de edad, y con esa noticia, sin dramatismos, puedo decir que con él muere una parte de mí, igual que me sucedió cuando me avisaron que Valentín había sido asesinado, por una “mona” de activo —así se le dice por estos lares, a las torundas mojadas en resistol, llamado activo, o thiner, que inhalan quienes buscan sumarse a las filas de los superhéroes eternos, alterando su cerebro—, a la vuelta de mi casa; ya convertidos ambos en superseñores, bueno él no, él vivió su sueño shazamesco, peterpanesco, peterparkeresco, para siempre…


O así lo imaginaba cada que lo veía, cuando nos cruzábamos en la calle, con mirada extraviada en el infinito me decía desde el fondo de su cordura, modificada por los años tóxicos, que era el Capitán Marvel, personaje que, debo decir, el muy cabroncete me cambió a ese —intercambiábamos cuáles héroes éramos como si de estampitas de álbum, se trataran— por el Wolverine que me había ganado previamente, y que yo amaba...


Fotografías de comics: Miguel G. Galicia

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